Para que lo lea con el café de la mañana.

martes, 20 de diciembre de 2011

¿Por que renuncie?

Nunca olvidare como de la pantalla del portatil que un dia antes habia recibido del departamento de sistemas de Editorial Norma brotaba un rio de sangre. Era el segundo dia de trabajo en mi primera casa editorial, y uno de los dos tomos del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española caia en picada desde una cajon empotrado arriba de mi escritorio. El libro de algo mas de trescientas paginas  golpeaba directo a la pantalla. Como dirian en la oficina del seguro: daño parcial irreparable. De eso hace ya siete años. Desde entonces muchas cosas han pasado en Editorial Norma, entre las mas recientes, que renuncie a Editorial Norma.  

Y es que yo he visto a muchos irse de Editorial Norma; algunos por decision propia y otros por decision de la empresa. Pero en todos los casos, todos, en diferentes medidas, lloraron. Tanto los que se quedaban como los que se iban.  Pero el viernes pasado, al cerrar por ultima vez la puerta de mi oficina y coger mi cajita feliz con un par de corotos, unos libros que tal vez nunca me vaya a leer y por supuesto el reloj de pared de Santa Fe, que seguramente tampoco pondre porque no tengo donde, nadie lloro. Miento: si hubo quien llorara mi partida: este mediapluma.

Y me gusto que fuera asi, porque todos al darme un abrazo de despedida se fueron con una sonrisa, un chiste, malo o bueno, pero chiste, se fueron felices. Y me gusto que fuera asi porque yo fui asi durante los ultimos siete años, feliz. Y es que coger el mismo bus durante mas de dos mil dias seguidos no es cosa sencilla. Pero lo hice con gratitud y el viernes pasado, cuando nadie lloro, entendi porque.

Y cuando hablo de gratitud es en serio, porque gracias a Norma y a un par de freelances que salieron en el camino conoci gente, viaje, aprendi, vivi, comi, conoci a la mujer que adoro, lei como un putas (un primo a cada rato me pregunta " ¿y como lee un putas"?), comi mas que un putas y no me pregunten por lo que me bebi. Ah, e hice libros.

Ahora debo decir adios y gracias. Me voy con mi musica, y mi cajita para otra parte. Les dejo la oficina como la encontre algun dia, arreglada e impecable. Algo mas grande. Hubiera querido que permaneciera asi siemore, pero fue netamente imposible. No es que sea desordenado, sino que el mundo de los libros es asi. El mito del editor que no se ve detras de los libros es cierto. Aunque a veces no me veia, pero porque sencillamente no habia llegado.....ya saben, los trancones, los trancones.

Ahora solo pienso en los retos que vienen. Y escribo esta entrada ya desde mi nuevo cargo, desde mi nuevo puesto, desde mi nueva empresa, desde mi nueva vida. El proximo martes les contare como fue el primer dia de trabajo aqui en Santillana. Ahora solo quisiera llamar a Ana Lucia Garrido, la gerente que hace siete años puso el grito en el cielo porque un tal "Juan Esteban..." se habia tirado el portatil nuevo, a decirle que solo espero que esos 1,500 dolares que le toco pagar por el arreglo de la pantalla del portatil que me tire al segundo dia de haber llegado a Editorial Norma hayan valido la pena. Ojala. 

Gracias mis amigos Norma. Como decia Michael Jackson cuando era negro, estaba vivo y tenia 5 años y cantaba Ben : "you got a friend in me"


Nos vemos el otro martes.   

martes, 29 de noviembre de 2011

¿Por que todos colgamos los guayos tan rapido?

Cuando me asome desde el tercer piso del edificio en el que trabajo y vi que estaban acomodando una mesa de ping-pong en un espacio tan amplio e iluminado que hasta los coreanos, reyes del deporte de mesa, estarian celosos, fueron muchos los recuerdos que vinieron a mi cabeza. Recorde cuando minutos antes de que la campana para finalizar la jornada del colegio, nos poniamos de acuerdo en quien saldria primero para alcanzar los primeros lugares de la fila de entrada al salon de juegos y asi "agarrar" mesa. Me acorde de como se entraba al lugar a empujones, nos dabamos pata y puño y finalmente solo eran unos cuantos los que cogian mesa. Los demas, a esperar.

Cuando los señores de la caja de compensacion Cafam estaban en mi oficina acomodando la mesa para lo que seria el campeonato de ping -pong mas rapido de la historia, tambien me acorde de aquel dia que con grandes amigos fuimos a representar al colegio a la liga de ping-pong de Bogota y peleamos con toda. Al final a todos nos sacaron pero la sudamos. Y ni que decir de los campeonatos de sabado que organizaba dos veces al año un amigo de mi papa. 

Pero ademas de recuerdos, tambien me llegaron comentarios de quienes observabamos con atencion como arreglaban la malla y alistaban las raquetas de los que participarian en el torneo. "yo jugaba un resto en el colegio", dijo un amigo diseñador que se dedico a la musica y a la ilustracion y dejo las raquetas a un lado. " yo hacia efectos y todo", dijo otra amiga, tambien diseñadora, que en lugar de jugar se dedico a las inversiones en bolsa. "En el colegio yo era de porras y jugaba voleybol", alcance a escuchar en medio de una sonrisas de culpabilidad de quien decidio dedicar su vida a los libros y no a los juegos.

En medio de esta lluvia de recuerdos y de gente muy mala para jugar al ping-pong en mi oficina pense: "¿ y yo?". Yo jugaba ping -pong, tenis, futbol, montaba patines, bicicleta y hasta yermis. Todo esto me llevo a pensar: por que ya no jugamos a nada. Pero tambien pense en todos aquellos que se ven en ciclovia, en los gimnasios, en el Central Park trotando a las 3 de la tarde ( ¿que hacemos? este blog tambien es para chicanear) y me digo: ellos siguen haciendo las cosas que les gustan.

Mi dia de recuerdos llego a su fin aquel dia cuando llegue a mi casa y mi papa me dijo:  "a su mama se le esta subiendo la tension y le toca ponerse a hacer ejercicio". De inmediato pense, si tal vez ella hubiera seguido jugando basketboll como hacia en el colegio, hoy no tendria ese problema. Entonces pense, ¿ por que todos colgamos los guayos tan rapido).

Pd. Que rico escribir el blog en una esquina cafesuda de Bogota. Nos vemos el otro martes.
Pd 2. Perdon por los errores, primero que subo desde el iPad. 

  

martes, 1 de noviembre de 2011

“Si vas a ser zapatero, quiero que seas el mejor”.

Nunca sabré si fue cierto que el papá de Diomedes Díaz le dijo un día “si vas a ser zapatero, quiero que seas el mejor”. Y lo puso en las letras de su canción. La verdad, no le creo mucho, pero sin duda es  frase célebre; tal vez la primera frase célebre de un vallenatero no perteneciente al combo de los Escalona y Emiliano Zuleta.  
La famosa frase llegó a mi cabeza en días pasados, cuando una amable señora de El Espectador me ofreció que escribiera un par de artículos free lance de aquí a diciembre. “Pero claro, le respondí”. El primero se fue, se publicó cuasi intacto y la felicidad del domingo antes de las 8.00 am cuando fui a comprar el periódico fue total. No me cambiaba por nada ni por nadie. Estuve con el periódico bajo el brazo todo el día, eso sí bien empacadito en el plástico transparente en el que ahora lo venden. Y me dediqué el domingo entero a chicanear. Hasta se lo mostré al maestro que estaba pintando la casa y nos colgó unos cuadros aquel domingo. Y pues es que ahí mismo, donde había salido mi nombre impreso, con el apellido de mi mamá como me lo exigió hace muchos años mi abuelita, estaban también el de varios de mis columnistas, autores y periodistas favoritos: al lado de un Alfredo  Molano, Héctor Abad Faciolince y María Elvira Samper (ex jefa mía), un Sabogal Jara no quedaba nada mal.
Se veía bonito, pa´qué. Pero la sorpresa llegó exactamente una semana después. Entre firma de escrituras, reuniones innecesarias, visitas frecuentes, también innecesarias, de los nuevos jefes; y mucho  trabajo, el segundo artículo, de diez que parece, me iban a dejar publicar, no terminó siendo lo que se esperaba. Errores, confusiones y mucha, mucha cháchara barata, se convirtieron en la razón para que en el yahoo apareciera al otro día un correo electrónico que decía con cariño: “Juanse, hemos tomado la decisión de reevaluar porque el editor no quedó satisfecho con lo que le enviaste. Te contamos las nuevas decisiones. Saludos, Pepita Pérez, El Espectador”. Miéééédaaaa!!!. Jamás me habían despedido de ningún lado.
Y les confieso que a partir de ese día, al cruzar por frente a las instalaciones de El Espectador, ahí en la 26 con 68 en Bogotá, por donde me toca pasar por obligación todos los días camino a mi oficina, me daba un no sé qué en no sé dónde. La verdad me daba era un empute conmigo mismo por haber desaprovechado la oportunidad. Todo parecía indicar que las ganas de volver a sentir el ambiente y el revoloteo de la redacción, la posibilidad de publicar en un periódico nacional y pisar de vez en vez ese edificio se habían desvanecido.
Sé que hubiera podido escribir algo mejor. Y eso fue lo que les mandé a decir en el mail de vuelta. Pero alguna vez oí que las oportunidades son soplos que aparecen en las manos y al voltear a mirar se han ido si no las agarraste. Y esta la había perdido.
Sin embargo, hace un par de horas recibí otro mail de Pepita Pérez, sí la de El Espectador. Había una última oportunidad. Si el artículo que acabo de escribir hace un par de horas les gusta, las puertas se podrían volver a abrir. Eso parece. Pase lo que pase, lo que me quedó claro es que siempre hay que hacerle caso a Diomedes Díaz, “si vas a ser zapatero, quiero que seas el mejor”.  
Nos vemos el otro martes.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Mi abuelita tiene 83 años

Mi abuelita acaba de cumplir 83 años. No le duele una muela. A ratos la cadera. Lee más que yo. Camina más que yo. Juega tejo y va a cuanta fiesta de cumpleaños y funeral hay en Villavicencio, Colombia. Nunca ha fumado, creo, y de vez en vez se toma una sola cerveza. Anima fiestas porque se sabe chistes de todos los colores, pero los que más le gustan son los verdes.
Hace 15 días estuvimos toda una tarde conversando y me contó sobre su infancia en una finca en los llanos orientales, sobre el ganado que tenía su papá, es decir mi bisabuelo, de cómo él montaba de a acaballo para ir a hacer los negocios y de cómo un día caminó desde Bogotá hasta Villavicencio con un bulto en la espalda por un viejo camino de herradura que aún se asoma hoy en la nueva y moderna carretera que une ambas ciudades.
Me contó de cómo su papá tenía amantes, muy común en la época, de cómo salieron por ahí unos medio hermanos, de cómo le heredó un lote en Villavicencio pero se lo escrituró a nombre de su marido, mi abuelo, porque “las cosas en la casa las manejaba el hombre”, según decía mi bisabuelo. También me dio detalles de cómo después mi abuelo estuvo a punto de cambiar el lotecito por un camión. De haber sido así o estaríamos en el negocio del transporte de carga o viviríamos en algún ranchito de villavo, porque ese lote, que es hoy la casa de mi abuela, seguramente se hubiera perdido. Me contó de cómo su suegro, es decir mi otro bisabuelo, Genaro, tenía una gran hacienda conocida hoy como Colinas de San Genaro, a 10 minutos de Villavicencio, y que por razones aún no establecidas o que por lo menos yo desconozco, se perdió con el paso de los años. De solo pensar cuánto valdrá toda esa tierrita a plata de hoy…
Todo esto me lo contó mi abuela esa tarde de sábado, después de haber ido a Movistar a cambiarle el teléfono celular. Le regalé un Nokia de 26 mil pesos con cámara y no habían pasado un par de horas cuando mi abuelita, que tiene 83 años, ya lo sabía manejar, y sin necesidad de gafas. “¿Entonces lo desbloqueo, busco por la M y marco?”, me dijo con la sencillez y rapidez que aprende un niño. “Póngame una canción bonita, una de Juanes en el timbre, yo sé que eso se puede”, me dijo después. Infortunadamente hasta allá no llegan mis conocimientos en telefonía celular. “Mi primo Julián en Villavo de seguro le ayuda Julia”, le respondí.
Definitivamente mi abuelita es una mujer con berraquera; le ha tocado duro. Por molestar le digo que el sistema pensional colombiano está quebrado por culpa de ella, porque no trabaja y gana dos pensiones. Pero lo que me recuerda es que durante muchos años trabajó a tres jornadas, sí a tres jornadas (mañana, tarde y noche) en la escuela de Villavicencio. Por eso,  a la hora de salir a hacer mercado a la plaza con ella hay que pensarlo dos veces, pues son muchos los que paran y le dicen: “¿cómo está profesora?”. Porque además de todo, mi abuelita, que tiene 83 años, también educó a medio pueblo… y a muchos hijos.
Nos vemos el otro martes. Y si le gustó coméntelo.

martes, 18 de octubre de 2011

El muerto al hoyo y el vivo al baile

El día que mi viejo y un poco perdido amigo Wilson Giral me regaló la calcomanía de la manzana mordida que venía en su MAC lo único que yo quería era chicanear. Con trapo y una pequeña escuadra en mano bajamos hasta el parqueadero de mi oficina, limpiamos un pequeño espacio que se asomaba entre la placa del carro y el gancho de arrastre, y de igual manera como se forraban los libros cuando apareció el mágico papel contact, comenzamos a deslizar el adhesivo evitando con la escuadra que quedaran burbujitas de aire. Giral, diseñador al fin y al cabo, era un as con las manualidades. El adhesivo quedó perfecto.

En un par de ocasiones la manzana se convirtió en tema de conversación. Era de lo poco que se veía con claridad en medio del barro y el polvo que abundaban en la parte trasera del carro, como me encantaba mantenerlo.  Incluso recuerdo el día en que una amiga, esta no tan vieja, pero al igual que Giral, ahora un poco perdida, me dijo: “¿por qué pones eso ahí si no tienes nada MAC?, ¿te crees diseñador o qué?”. Lo que nunca llegué a imaginar fue que ese pequeño episodio sería el primer pequeño paso para comenzar a conocer a un señor que me inspiró, que me ha llevado en varias oportunidades a salir con bolsa blanca en mano de sus impresionantes tiendas, y que ahora que soy un poco, solo un poco menos bruto para la tecnología, me está dando una lección de vida.

Todas las frases que han salido citadas en los últimos días a raíz de su muerte son ciertas. Habría que ser muy ciego o muy sordo para no darles importancia. El creador y fundador de Apple siempre hizo lo que le gustó, siempre se esforzó, fue constante, perseveró y a pesar de que le ganó dos batallas a la muerte y salió derrotado en la tercera, hizo cosas grandes y dejó mensajes grandes para el mundo y para mí.  Yo a esta ya me la he encontrado en tres oportunidades, pero eso será historia para otra entrada o para un artículo en Soho. Ya veremos.

Primero fue la calcomanía, luego sus juguetes y hace tan solo un par de días entregué a impresión Los secretos de Steve Jobs, el último libro del año y el que me está impulsando a hacer y volver a hacer muchas cosas, entre ellas retomar este blog. Hacer promesas es difícil, eso lo he aprendido últimamente, pero comprometerse y esforzarse puede ser un poco más sencillo; por ello quiero esforzarme para volver a hacer ejercicio (ya llevó seis fines de semana seguidos jugando de lateral por izquierda y uno saliendo a ciclovía), para seguir leyendo como loco y continuar subrayando la lista de libros pendientes que tengo en mi cuaderno jean book, ver películas con juicio, quiero seguir sin tomar…tanto (y aunque pocos me lo crean hace mucho no me emborracho, hace mucho no amanezco, hace mucho no me gasto dos salarios mínimos legales vigentes en un mismo fin de semana, y todo eso se siente muy bien). Quiero seguir haciendo lo que hago, comenzar a hacer más cosas, y retomar otras.

El señor Steve Jobs murió, y muy joven: 56 años. De estar vivo hubiera seguido perseverando, intentando  levantarse cada día un poco más temprano, leer un poco más, dormir un poco menos, soñar mucho más en grande y ser feliz, todos los días. Ahora que no puede, seremos muchos los que lo intentaremos. Espero no defraudarme. Tal vez algún día los puntos se unan.

Nos vemos el otro martes, más temprano.

martes, 19 de julio de 2011

Ese cuaderno de Jean Book sí existe


El otro día estuve a punto de comprarme el libro Cómo hablar de libros sin leerlos. Estaba tan bien exhibido y me solucionaría tantos problemas que tuve que hacer un esfuerzo para no llevarlo hasta la caja registradora. El que escribió este libro, un tal Henry Hitchings, publicado por Planeta, con traducción de Eva Robledillo, es un  verraco (en colombiano, porque verraco en España significa cerdo).

Y es que este tal Hitchings entendió de manera perfecta la rabia en el corazón (como diría Ingrid Betancourt) que da el encontrarse en un lanzamiento de un libro, estar en una reunión, hablar con amigos, ir a una librería o ver las reseñas de El librero, Semana, Arcadia, El Tiempo o donde sea y pensar: “me falta leerme este, este, este, este otro, este también”. Y es que va a uno a ver su cuaderno de Jean Book con la lista de los leídos y de los no leídos (ese  cuaderno sí existe) y se alegra por aquellos que ya pasaron por las manos, pero lo carcome el afán por los que aún están en lista de espera.

Pero decidí no comprarlo. Haberlo comprado sería como haberme rendido ante un reto que me propuse el ocho de agosto de 2009, cuando tomé el cuaderno que ahora guardo con más cuidado que el tesoro de los marajás hallado hace poco en un templo en la India y comencé a hacer la lista de cuáles libros quería leerme. No les puse número a la izquierda para no estresarme, pero son varias hojas a espacio sencillo. Haberme comprado ese libro sería haberme tenido que acostar de ahora en adelante sin pensar en uno y mil títulos que quiero leer, de los que quiero hablar, que me interesan, que me han recomendado, que son clásicos y que uno no debe morir sin leer.  

Y volví a sentir tranquilidad al no haber comprado ese libro. Más cuando al día siguiente me llegó una solicitud en facebook en la que me preguntaban cuáles de una lista de casi 100 títulos había leído. Uno seleccionaba cuáles sí y cuáles no y el ejercicio de facebook se convertía en una cadena. Y me di cuenta que muchos han leído mucho más que yo, otros menos y otros que no leen nada, nada (lo que es muy, muy triste).  Pero me di cuenta que todos, o casi todos mis amigos, tienen una lista larga de libros por leer y que a muchos les embarga el mismo sentimiento de afán por leer un poco, tan solo un poco más. 

Y esta entrada es simplemente para decirles que la próxima vez que entren a una librería no compren Cómo hablar de libros sin leerlos, sino que compren uno de esos que han querido leer desde hace años. Yo por lo pronto seguiré con los 12 tomos de la colección Historia de la humanidad (desde el Hombre de Neanderthal hasta el Siglo XX), haciendo una pausa para leer el más reciente regalo recibido: El retrato de Dorian Gray. Gracias por eso señorita Dorian. Tal vez algún día termine. Gracias por leer este blog y el próximo libro que decidan.
Nos vemos el otro martes.

miércoles, 6 de julio de 2011

Esto es una declaración de guerra


Hace un par de semanas mi mamá me confirmó el dictamen final: amputación de la pierna derecha, a la altura de la rodilla. El señor, padre de la mejor amiga de ella, ingresó al quirófano hacia las 11 am, y luego de dos horas, cuando la sierra había terminado su trabajo, todo era claro: una vida había cambiado. El señor, de cuyo nombre no quiero acordarme, jamás, jamás volvería a tener su pierna completa.

El tema tocó a la puerta de mi casa, pero los casos se cuentan por miles. Y aunque suene terco, puntilloso, envidioso o poco solidario, no puedo dejar de preguntarme: ¿por qué lo hacen? Y he comenzado a pensar que me estoy volviendo inmune o estoy entrando en el círculo vicioso, textualmente, de quedarme callado por respeto a los demás.

Pero no más. Yo nunca he sido fumador, pero hoy me declaro en guerra contra el cigarrillo, contra el hábito de fumar, contra esa enfermedad, más no contra los que lo hacen, porque sería injusto; además, quedaría más solo que el protagonista de The Road, la novela de Cormac McCarthy, ganador del Premio Pulitzer en el 2007. Mis estadísticas personales son asombrosas: de cuatro amigos con los que estuve en Villavicencio el fin de semana, todos fuman; de seis mujeres con las que almuerzo todos los días, todas fuman menos Loeber; de un par de amigos que mantengo del colegio, todos fuman; de los de la universidad, ni hablar porque todos cayeron ahí; y de un jefe que tengo, uno fuma.  Y así…

Y me declaro en guerra porque al paso que vamos creo que tendré que asistir a tantos funerales, visitar tantas clínicas y comprar tanto oxígeno como amigos tengo. Y si tengo que hacerlo, lo haré, pero no quiero. O tal vez nunca me toque porque me morí de una gripa. Lo que no puedo hacer es quedarme callado, asistiendo al suicidio en vivo y lento más grande de mi vida.

Unos datos: el consumo de tabaco representa el 10% de las muertes en el mundo. 5,5 millones de personas murieron en el 2010 por esta causa; se prevé que para el 2020 serán 7 millones y 8 para el 2030 (Fuente: el atlas del tabaco). Entiendo que es una pandemia, una cosa cerebral, una enfermedad y que salir de ahí no es fácil. Pero la pregunta es: ¿de esos millones cuántos serán amigos míos? Por eso hoy te declaro la guerra, cigarrillo del infierno.

Nos vemos el otro martes, espero.

domingo, 19 de junio de 2011

¿Por qué soy tan bruto para la tecnología?


Llevo cuatro horas sentado frente al portátil y al iPad. Los dos se están como apareando a través de un cable blanco que los une, como Neytiri y Jake Sully con la famosa trenza en Avatar. Y lo único que sale en las pantallas es: “por favor sincronizar”. Me habían advertido que jamás, ¡JAMÁS! se me ocurriera sincronizar el uno con el otro. Aún no entiendo qué es sincronizar, cuál sincroniza a cuál y cuáles son las consecuencias. Al final me sacó la piedra y le di sincronizar, aceptar, sincronizar, apagar, prender, reajustar, volver a sincronizar, ir al Apple y al Itunes Store, ¿no son lo mismo acaso?, apagar, prender, volver a pagar y mejor irme a almorzar. Es que entré en tal desespero que cuando en el aviso de la pantalla se leía por enésima vez: “foursquare estará disponible para descargar cuando entre al Apple Store”, estuve a punto de irme al Apple Store…pero al de Unicentro, a ver si con solo entrar y levantar el iPad de la misma manera que Mufasa levantó a Simba me bajaba la maldita aplicación. 

Hace seis meses yo no tenía cuenta con Apple. No tenía iTunes. No tenía  iPad. No tenía twitter. No tenía blog. Y jamás olvidaré una tarde en la casa de Carolina Venegas (perdón, quise decir en la casa de #&Colorentropy, con &%#Natgarcal y ##Patrick_M_L, Adriana Martínez, que debe ser ##AdriMart o algo así… y otros más cuyos apodos de twitter desconozco y por ello no cito aquí), cuando comenzaron a hablar de eso llamado Facebook y alguien gritó “¡Juannnn, ¿¿¿no tienes Facebook????”;  me quería meter debajo del único sofá que había en esa sala.  

Por eso  en los últimos meses he decidido pasarme del burro al avión, como dice el adagio popular. Compré el iPad, adquirí cuenta en iTunes, le escribí a Steve Jobs diciéndole que era un verraco, me metí a twitter  y también estoy en facebook. Sobre Linkedin lo único que sé es que a un gran amigo de México lo encontraron ahí y ahora se gana una millonada en la empresa de la competencia.

Pero todas estas iniciativas están como este blog: a medias. Mi vida se ha convertido en mediofacebook, mediotwitter, medioiPad, medioIpod, medioTouch, medio Itunes, y claro, medioblog, porque todos los uso a medias, y no porque quiera, sino porque siempre había creído que el que el chip de la tecnología me lo habían robado en la clínica en la que nací. Pero el otro día que mi papá se compró un MP4, ¡un MP4 señoras y señores!, me llamó, sacó su agenda de cuero con el 2011 marcado en la parte inferior derecha y me dijo: “ahora sí explíqueme cómo es que esto que quiero oír los CD de Diana Uribe en el Transmilenio” y empezó a escribir C://Inicio//Equipo//Documentos//Drive….”, comencé a pensar que el chip no me lo habían robado, sino que no venía incluido. Feliz día del padre Pá. 

Nos vemos el otro martes.

martes, 7 de junio de 2011

Y los primos, ¿dónde andarán?


Revisando mi lista de amigos de facebook llegué a una conclusión: a todos, a absolutamente a todos, les he oído mencionar en al menos una oportunidad a sus primos y primas: ”es que mi primo llega”, “es que me voy a visitar a mi primo”, “es que me emparrandé con mi primo”, “es que le dije a mi primo que si nos dejaba quedar en su casa en Chicago, Los Ángeles o Nueva York”, “es que me agarré con mi primo”, “es que me rumbeé a la prima”,  “es que mi primo tiene güevo”. Y es que entre primos todo vale.

Yo no hago sino alardear que tengo 300 primos, entre primos hermanos, primos segundos, primos terceros y de ahí en adelante. Por supuesto no con todos hablo. Pero este artículo no es sobre mis primos sino sobre los suyos. Todos han tenido siempre una prima o un primo con el cual compartieron una fiesta, un paseo, un juego, una Navidad, un fin de año, una pelea y un guayabo.

Sin embargo ya de muchos de ellos poco se sabe, ya sea porque se fueron del país, porque se volvieron de mejor familia o porque simplemente no están en facebook. Y eso sí que es grave. Y es que yo he visto saludar a mi papá a su primo de toda la vida diciéndole: “y entonces qué primo, ¿cómo están los chinos?”.  Y eso a los 50 suena como raro, pero suena emocionante, porque es inevitable pensar en cómo será en unos años cuando los planes de primos sean visitar a hijos de los primos, es decir a los primos segundos; visitarlos en sus propias casas y organizar las fiesta de fin de año que ya no estarán más a cargo de padres, tíos o abuelos.

Y para que eso funcione en el futuro no hay que descuidarlos. Porque solo la prima sabe que a su prima el marido le pega; el primo será el primero en saber que la novia de su primo está embarazada;de seguro la prima será la madrina, solo la prima sabrá antes de tiempo que su prima con ese tipo ya no va más, y serán su primo o su prima los que estarán ahí en caso de que su novia o su novio lo abandonen. Así que en estos días, que pagan la prima, invítele un trago a su primo. Si este vive en París, Londres o Afganistán, escríbale; tal vez un día de estos que usted se anime a viajar tenga a donde llegar.

Nos vemos el otro martes (Si le gustó, anímese y dele click en seguir, ahí arribita a la derecha).

miércoles, 1 de junio de 2011

¿Por qué la plata sí alcanza?


El fin de mes era un infierno. Claro,  solo pensar en que el sueldo consignado en la pésimamente bautizada cuenta de “ahorros” se desocuparía en menos de lo que se gasta el sol en esconderse y volver a salir daba dolor de cabeza. La típica frase sobre el sueldo de “así como llega se va”, debería ser considerada frase célebre. Porque es cierto. O al menos lo era.  Y sé que no me pasaba solo a mí sino a muchos. La cuestión era clara: la plata no alcanzaba para nada. Y qué tranquilidad siento al escribir esta entrada en tiempo verbal pasado.

No es que me haya ganado la lotería, y tampoco me subieron el sueldo (ah, no, mentiras, sí me lo subieron, me aumentaron 38,500 pesos…). Pero la verdad es que ahora sí vivo mejor, más tranquilo. Y he estado pensando en qué me gastaba yo mi sueldo y he llegado a varias conclusiones: en gasolina, en peajes, en la rutina diaria y en el trago, en el verraco trago. Creo que este último se llevaba algo más de la mitad. El carro, lo vendí; a rumbas hasta la madrugada, poco; y abstemio no me volví, pero ya las cuentas de whisky, vodka, poker y águila, mucha águila, ya no son de seis dígitos.

El fin de mes, llegado el sueldo, el celular sonaba más que nunca: ¡claro! a pagar los 20, 30, 40 o 200 mil que me habían prestado, en la mayoría de veces en  cuentas pagadas en bares después de la media noche. Ahora que me acuerdo un día mi primo, mi máximo prestamista de la época, me debitó 800 mil de un solo jalón al llegar el sueldo. Las tarjetas de crédito a reventar y el famoso “ahorro a la vista” de mi fondo de empleados duraba poco menos de 48 horas.

No sé si fue el nuevo año, los nuevos aires o qué, pero realmente  organicé mis finanzas personales. Ya plata  prestada no debo. Incluso ahora me pasé al otro lado y estoy de acreedor de más de uno por ahí. Ahora espero el sueldo con más felicidad, porque sé que me queda para mí. Porque sé que no se me va a ir a la hora. Porque sé que el fin de semana me podré ir de puente festivo sin tener que regresar el martes mirando cómo sobrevivo el fin de mes.  

Conclusión: sí se puede. Los que leen esta entrada se dividirán en dos grupos: el primero integrado por aquellos que siempre han sido organizados con sus platas, que la última semana del mes les da igual si compran almuerzo en El Corral o llevan desde la casa; y que son los únicos que hacen fila para retirar plata en el cajero un 24 o 25 del mes. Para ellos mi reconocimiento porque no es fácil llegar allá. El segundo grupo estará diciendo: “miércoles, a mí también me pasa. La plata no me alcanza”. Para ellos mi ánimo. Se trata de organizarse un poco mejor financieramente, reducir gastos durante una temporada de tiempo y estabilizarse. La palabra es ESTABILIZARSE. De ahí en adelante, después de pasar esa barrera, créanme, los restaurantes de esta ciudad los esperarán con los datáfonos listos para recibir sus tarjetas débito, no las de crédito. Siempre es mejor la débito. También créanme.

Nos vemos el otro martes, lo prometo.