Para que lo lea con el café de la mañana.

martes, 3 de mayo de 2011

¿Denunciar o no denunciar? Esa es la cuestión.


Lo que voy a contar ha pasado en un lapso de unos diez años: primero mi hermana se estrelló de frente, pero cuando digo de frente es de frente, contra una volqueta que se cruzaba tranquilamente la circunvalar con 56 en Bogotá sin respetar señal de pare alguna. Aún es un enigma del mundo de los seguros que ese corsa color marrón no haya sido declarado pérdida total. La que quedó perdida fue mi hermana cuando la subieron en esa ruidosa ambulancia. Después, a mi mamá le quitaron un cheque firmado y listo para cobrar en la mitad de la fila del banco, sin que ella si quiera se inmutara; al percatarnos de lo sucedido y reclamar en el primer piso el gerente nos dijo: “arriba hay un señor que está cobrando el cheque, ¿qué hacemos?, ¿llamamos a la policía y lo encaran?”.  En otra ocasión mi primo atropelló a un borracho en un pequeño pueblo del llano y quedó empapelado.

Y hace tan solo tres días, un tal Carlos Alberto Jiménez lanzó una botella de cerveza Costeña al aire en plena 74 con 15 a la una de la tarde. Su estado: totalmente borracho o mejor, literalmente “jincho de la perra”. El resultado: rompió el panorámico del carro y ahí comenzaron los problemas.
Todos estos casos, por no hacer todo un listado de lo que estos ojos han visto, incluyeron policía, tránsito, denuncia, CAI, Sijin, Dijin, DAS, CIA, DEA y hasta el SEAL (que dicen acabó con Osama). En resumen, un completo rollo. Meterse en un problema civil, legal, vehicular o penal en Colombia es, de verdad, un rollo. Puede que usted tenga suerte y dé con un buen samaritano dispuesto a arreglar el problema in situ, que ni siquiera llamen a los auxiliares bachilleres y hasta intercambien tarjetas de presentación que lleve a una mmm bella amistad.

Pero la otra cara de la moneda es que usted se meta en problemas con un verdadero cafre. Que se meta en problemas con un volquetero al que el mundo le importa dos centavos, que se encuentre con un experto ladronzuelo de bancos dispuesto a enfrentarlo en cualquier estrado, que tenga que comenzar un proceso legal con un aprovechado cubarraleño que pensó que se le había aparecido la virgen cuando sintió que el carro “le pasaba por encima”, según afirmaba en la estación de policía. O que simplemente, un día cualquiera a plena luz del día un borracho le dañe el panorámico del carro y su respuesta sea: “haga lo que quiera doble hijue%*768Lj/&## que yo no fui”.

Son cosas que le pueden pasar a cualquiera. Pero la pregunta es: ¿usted denunciaría a ese pillo, con todo lo que implica? En ninguno de los casos anteriores los afectados llevó el asunto hasta las últimas consecuencias, a excepción del borrachín que demandó a mi primo y le sacó sus buenos centavos. Mi hermana nunca quiso volver a ver al volquetero, porque le temía a él y a sus amigos y familia que bajaban de la montaña como hordas que peregrinan a la Meca; mi mamá le dijo al gerente del banco que no pagara el cheque, lo rompiera y dejara ir a quien lo estaba cobrando; mi primo creo que hasta hace poco terminó de pagarle a quien lo denunció. Y ese tal Carlos Alberto Jiménez sigue por ahí. De seguro, el próximo sábado seguirá bebiendo y embriagándose por la vendedora que trabaja en Unilago y ya no lo quiere volver a ver; y cuando se le dé la gana, volverá a lanzar una botella al cielo para ver a qué carro le cae. Ojalá no sea el suyo.

El tema es sencillo: por qué cuando uno es el afectado el miedo a “quién sabe uno con quién se mete”, la pereza del papeleo legal y la típica “yo para qué me meto en más problemas” no lo deja avanzar. Pues por eso estamos como estamos. La policía dispuesta a ayudar; la justicia, lenta pero segura, queriendo colaborar; y todos esos delincuentes vestidos de civil andando libres por las ciudades son razones suficientes para ir hasta las últimas consecuencias. Tal vez es la única manera de mitigar la impotencia y el sinsabor que dejan el verse inmerso en una situación de esas. Así que como dice uno de los periodistas de la pantalla chica: denuncie. Esa es la cuestión. Y que los metan a todos a la guandoca.

Ah, feliz día a las madres.

Nos vemos el otro martes.