Dos mil seiscientos millones de dólares es mucho dinero.
Ojo, no estoy hablando en millones de dólares, sino en miles de millones de
dólares. Esa es la cifra que dejó de recibir Ronald Wayne, a quien la historia
le negó la posibilidad de recibir el 10% de la venta de cada uno de los iphones,
ipads, ipad mini, macbook pro, pre, pra y pri que se venden cada segundo en
todo el planeta Tierra.
Y es que cuando Steve Jobs era un desaliñado estudiante, que
andaba descalzo por el campus de la universidad y promulgaba su estado vegano,
inducido por todo el LSD que se metía bastante seguido, invitó a Wayne para que
hiciera parte de la sociedad Apple.
Steve Jobs con el 45%, Stephen Wozniak con el 45% y Wayne
con el 10%. Una sociedad de tres donde
seria más fácil tomar decisiones y hacer deliberaciones. El siguiente paso fue pedir préstamos,
endeudarse para invertir, poniendo como garantía un viejo Ford destartalado y
unos pocos ahorros.
Pero ocho días después de haber firmado como parte de la
sociedad, Ronald Wayne entró en pánico y pensó que si la empresa quebraba todos
sus ahorros se perderían y la justicia lo perseguiría hasta que pagara sus
obligaciones. Es decir, estaba empeñando su vida. La recién creada Apple ya
había hecho su primera venta rentable: invirtieron 50 dólares y vendieron los
primeros microprocesadores en 100.
Wayne fue a la “notaría” gringa y pidió su exclusión de la
sociedad. Las razones: miedo, falta de decisión para tomar riesgos. Mientras
Jobs soñaba con algo muy grande, Wayne se estaba haciendo en los
pantalones. Jobs estaba arriesgando el
45% de toda la sociedad; de ganar, ganaría sobre el 45% de las utilidades.
Wayne solo arriesgaba un 10% para ganar sobre ese 10%.
De haber continuado con el pequeño porcentaje de
participación, Wayne hoy seria dueño de dos mil millones de dólares en acciones.
Ojo, otra vez, no estoy hablando en millones de dólares, sino en miles de
millones de dólares. Wayne recibiría el 10% de las ventas de cada uno de los
iphones, ipads, ipad mini, macbook, pro, pre, pra y pri que se venden cada
segundo en todo el planeta Tierra (y seguramente no tendría que hacer fila para
ingresar al cubo del Apple Store en la 5ta. avenida de Nueva York). Hoy vive
pobre, y sobrevive con un subsidio del gobierno gringo en el alejado estado de
Pennsylvania.