Siempre había querido tener una semana así. Y no pensé que
fuera a llegar tan pronto y menos en la semana más parrandera y alcohólica que
tenemos los colombianos: la que comienza el 24 de diciembre y termina el 3 de
enero. Por lo general son días llenos de trago amenizado por Pastor López y mucho
líquido al despertar, para pasar el guayabo y arrancar otra vez.
Pero la Navidad del 2012 fue totalmente diferente. A causa
de una incapacidad de mi esposa, que nos impidió viajar si quiera a Chía, pero
con una semana libre por delante, era la señal de que la semana soñada había
llegado. Siempre había querido una
semana en la cual pudiera levantarme medianamente temprano (8.30 am).
Levantarme, desayunar, hacerle el desayuno a mi esposa, bañarme y enclaustrarme
a leer. Me devoré un libro que todos ustedes deben leer: Por qué fracasan los
países.
Ya cuando el sol comenzaba a posarse en lo más alto y a
quemar a los pocos bogotanos que nos habíamos quedado en la ciudad, sabia que
era hora de almuerzo. Aprendí a preparar ensaladas que comenzaron en zanahorias
partidas a las malas y tomate rojo desbaratado, y ya para el primero de enero
todo se había convertido en pimentones finamente picados, en tomates verdes
(ojo, no tenia claridad sobre la funcionalidad de los tomates verdes),
zanahoria en cuadritos y aceitunas. Todo bañado en jugo de aceitunas sin pepa y
un poquito de aceite de oliva. Y jugo, mucho jugo.
Luego de la conversa infaltable con mi esposa después del
almuerzo, donde hablábamos de lo sano y de lo profano (ojo, nunca se casen con
alguien con quien no puedan hablar interminablemente, que es muy diferente a
una esposa que habla interminablemente) y pa’l cuarto: videoproyector, Netflix
(que paga regalías y no es pirata), buen sonido y muchos, muchos doritos con
sprite.
El padrino III, Muerte a la media noche, Malcolm X, Quieres
ser John Malcovich, El talentoso Mr. Ripley, Restrepo, y hasta El Chofer y la
señora Daisy me acompañaron durante esa semana soñada que siempre había querido
tener. Películas de primer orden que no había
podido ver.
Por primera vez en muchos
años no compre un solo regalo de Navidad, por primera vez no salí a ver
luces, por primera vez me hice el loco frente a las toneladas de publicidad y
descuentos que anuncian para la temporada decembrina, por primera vez vi en una
semana soñada todas las películas que había querido ver desde hace mucho, mucho
tiempo.
Al final lo que aprendí es que para ser feliz lo único que
se necesita es una esposa buena conversadora, un buen amigo que le preste un
video proyector, quitar el cuadro que ocupa una de las paredes grandes de la
casa para poder pasar la película, unas cuantas zanahorias y pimentones, y eso
si, muchos, muchos doritos con sprite. Nos vemos el otro martes.