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lunes, 18 de abril de 2011

Y usted ¿lo va a hacer en Semana Santa?


Esa fue la única pregunta que tuvo la entrevista que les hice, con toda confianza y seriedad, a varias personas en estos días para la entrada del blog de esta Semana Santa, que en realidad se ha vuelto bastante non sancta. Mis entrevistados: hombres, mujeres, católicos, no católicos, cristianas, novios, novias, casados, casadas, solteros, solteras, veraneados, no veraneados, jóvenes y otros no tan jóvenes. Y mi abuelita Julia, la única citada con nombre propio en esta ocasión.

Son cinco días de descanso puro, de levantarse tarde, de no bañarse, de visitar a la familia, de viajar y parrandear (si usted lo decide) hasta el amanecer. Finalmente de tanto amanecer, pareciera que el fin de semana no terminara. Pero para otros también de reflexión, ayuno y abstinencia. La pregunta es: ¿vale la pena dejar pasar cuatro o cinco días en el que el cuerpo está relajado, descansado y pidiendo pista? El de ambos: tanto el de ellas como el de nosotros. Pregúntese: de las 14 estaciones del viacrucis, ¿no quedará espacio para el ajetreo que más nos gusta a todos?: el sexo.

Las respuestas de mis entrevistados y entrevistadas, les soy honesto, no me sorprendieron, aunque así lo hubiera querido: los católicos ni se acuerdan de que según su ley es pecado; los cristianos casados están absueltos; el musulmán no entiende de qué se trata y para él son sencillamente días de vacaciones. Los casados y casadas no lo planean, si se da se da (aunque deberían: música, vino, película, y hasta maní con almendras, tendrá como resultado una buena sonrisa en la mañana);  los novios planean paseos y viajes y allí el ajetreo no falta; los más jóvenes y los novios que no viven juntos ya empezaron desde el fin de semana pasado; los veraneados siguen esperando que se les haga el milagrito (y qué mejor que la Semana Santa para pedir porque es cuando Dios más escucha las plegarias). Y hasta la señora que nos ayuda a veces en la casa, de unos 78 años, me dijo esta mañana que los moteles deberían cerrarlos por estos días. Pero por qué, si creo que hasta descuentos tienen.  

Pues he aquí mis recomendaciones personalizadas: si usted está casado pues sí, levántese, báñese y aproveche para organizar un buen almuerzo que prometa el mejor postre incluido; le aseguro que de salir bien será tarde de cortar orejas y hasta cola. Si los hijos aparecen los suegros o los hermanos de seguro entenderán y estarán dispuestos a ayudar y a cuidarlos un par de días. Si está casado o ennoviado pero su religión lo cuestiona, entonces hágalo el sábado: el jueves y viernes santo dedíquese a descansar, dormir y comer muy bien (además, recomendaciones generales para un buen sexo y para eliminar algún riesgo de dolor de cabeza que amenace con asomarse). Además, el sábado, que no es santo, el Señor está cubierto y no ve usted en qué anda.

Ahora, si anda en verano deje de leer esta entrada y salga corriendo para la iglesia, y pídales a los santos el milagro, pero no se demore allá; luego salga y métase a algún bar o a cuanta fiesta lo inviten, le aseguro que allá tiene más opción de pecar y empatar. Pero si de verdad  aún mantiene las costumbres cristianas, católicas, apostólicas y romanas, o así lo criaron y la carne es carne y de eso no se come en Semana Santa también es respetable. Eso sí, no se queje si llega de mal genio el lunes a la oficina.  

Esto no es una invitación para que salga el miércoles de su lugar de trabajo, se encierre a hacer el amor como si el mundo se fuera a acabar y resucite al tercer día o al quinto. Aunque, mmm, bueno, ¿por qué no?  Pero lo que sí es, es una invitación a que piense en que puente festivo tan largo solo hay uno al año. Así que aprovéchelo, ojalá bien acompañado, con poco trago, descansado y  poca ropa.

Y qué opina mi abuelita Julia de todo esto: “que las buenas costumbres se perdieron carajo”.

Nos vemos el otro martes.

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